Las tareas nacen, crecen, se reproducen y mueren. Lo experimentamos a diario. Cada mañana llegan nuevas obligaciones y con ellas nuestras bandejas de entrada se van llenando de «asuntos que atender». Lo importante es que el balance de tareas que entran (nuevas) y las que salen (realizadas) sea cero. No siempre será sencillo terminar el día con este equilibro, pero si en el plazo de una semana o un mes. Dependerá lógicamente del tipo de trabajo al que nos enfrentamos. Cada profesión es un mundo, pero también es verdad que en todas ellas hay tareas que realizar. No siempre podremos prever la aparición de nuevos frentes de trabajo y menos planificar el tiempo disponible durante la jornada para atacarlos. Muchas tareas llegan silenciosas, de puntillas y sin previo aviso, y junto a los fastidiosos imprevistos (siempre algo más ruidosos), son la combinación ideal para desmontar un día entero de trabajo y truncar cualquier planificación que hubiéramos podido hacer. Merece la pena elegir la estrategia inteligente de tomar algo de carrerilla y disponer siempre algo de trabajo avanzado y con cierta antelación. Trabajar al menos a «semana vista» es la clave.