Dicen muchos expertos en productividad que no es posible gestionar el tiempo, que se trata de un recurso fijo y limitado, y por tanto no puede ser ni comprimido ni estirado. Hasta aquí todos de acuerdo. ¿Quién no ha tenido alguna vez el deseo de poder contar con algunos minutos más al final del día? Sin embargo, sabemos que no es posible. Lo que si podemos hacer —y esto parece algo más razonable— es gestionar las tareas que ocupan ese tiempo.
Autor: Enrique Benimeli
Ingeniero en Informática y profesor de Programación, Inteligencia Artificial y Robótica en Secundaria. Escribo en Ocho en punto sobre organización personal y tecnología. En Esfera TIC me centro en educación y TIC. Mi web personal es un cajón de sastre, pero en mi boletín, La ventana digital, pongo orden y resumo lo más destacado.
Tiempo de lectura: 7 minutos
WhatsApp, Telegram, Facebook Messenger o Line. Ponedle el nombre que queráis. Las aplicaciones de mensajería instantánea forman ya parte de nuestras vidas; tanto que cuesta creer que un simple programa instalado en un teléfono móvil haya logrado cambiar nuestros hábitos diarios. Si nos observáramos a nosotros mismos desde el pasado, probablemente sentiríamos vergüenza ajena viendo nuestra forma de actuar con un móvil en la manos. Se dan las situaciones más disparatadas que podamos llegar a imaginar. Para muestra el popular corto sobre el dichoso «doble check» de WhatsApp. Pero pondré algunos más ejemplos de situaciones absurdas que también resultaran familiares a muchos.
Tenemos una cita y avisamos con un mensaje que estamos llegando, cuando apenas quedan unos segundos para llegar a nuestro destino. Enfados en una conversación de grupo por el simple hecho de abandonarlo. Indignación porque alguien no ha leído nuestro mensaje (locura desatada con el «doble check», y no digamos con el de color azul). O una cena de amigos, «hablamos» a través del móvil con la persona que tenemos en frente, para ocultar la conversación a otra persona con la que también compartimos mesa. Desafortunados malentendidos. Eternas conversaciones (algunas discusiones) online. A veces creo que olvidamos que nuestro móvil también hace llamadas de voz…
No soy ni escéptico ni tecnófobo. Sé reconocer las ventajas de estas nuevas formas de comunicación. Sin embargo, el asunto de los mensajes instantáneos se nos ha ido un poco de las manos; y en esta batalla del usuario contra la aplicación, hemos perdido claramente y de una forma lamentable, por cierto. La guerra, sin embargo, no está perdida.
Tenemos la sensación de gestionar o aprovechar mejor el tiempo por el hecho de poder enviar y recibir mensajes en cualquier momento y lugar. Pretendemos solucionar nuevos problemas, nuevas tareas imprevistas que invaden nuestro móvil en forma de mensajes. Y nos empeñamos en hacerlo de inmediato, a medida que van llegando. Es cierto que a veces conseguimos apagar unos cuantos fuegos, pero lo que probablemente no habíamos previsto es que otros nuevos asuntos iban a aparecer. Un nuevo fuego. Todo por el simple gesto de atender un mensaje cuando alguien lo exige, y no cuando realmente podemos. Y así el incendio está garantizado.
De algún modo la mensajería instantánea nos está atontando. Con ella hemos perdido capacidad de organización. ¡Clin, clin! Los sonidos de notificación de nuevo mensaje nos interrumpen constantemente; incluso cuando la alerta suena en el móvil de quien tenemos al lado. Es el colmo. Pero no señalemos a la tecnología. En este sinsentido, solo el usuario es el culpable. Nadie nos obligó a comprar un smartphone, y menos a instalar un programa como WhatsApp en él. Si hacemos algo de autocrítica, reconoceremos que no siempre dejamos respetar nuestro espacio ni nuestro tiempo. Y eso, no es bueno.